En los laberintos del poder, donde las promesas brillan como espejismos, muchos líderes se pierden en su propia falsa luz.
Yo busqué en sus ojos claros la chispa de lo auténtico, el líder que une en lugar de dividir. Lo imaginé escuchado el latido colectivo, sembrando confianza, tejiendo alianzas con empatía y construyendo desde abajo.
Sin embargo, al escarbar la superficie de su alma, emerge la sombra de un abismo inevitable. Y entonces descubrí su lado más oscuro, su arrogancia, esa máscara de superioridad que oculta el vacío del alma.
En el reflejo de sus ojos, vi no grandeza, sino el eco de un ego que devora la generosidad de los humildes, como quien regala un débil retoño quien le ha dado tanto, en vez de la flor reina de su jardín.
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