MUJOMBRE… EL HOMBRE QUE NO FUI (Bani Amaya Salas)
Nací de un matriarcado y no por tradición, sino porque la vida de muchas mujeres de mi familia fue longeva y la de sus hombres demasiado corta. En otras como mi madre, las circunstancias potenciaron su capacidad de supervivencia, estructurando un carácter aguerrido para enfrentar en soledad todo lo que implicaba para su época ser cuidadora y proveedora de 3 chicas nada dóciles. Gracias al universo tanta desdicha porque entonces como en la evolución de las especies, aprendimos a sobrevivir con autonomía, procurando no necesitar a un hombre más allá de la intimidad y el afecto. Por alguna razón que nunca pregunté, a mi empoderada madre la escuché contar sobre su anhelo de ser madre de un varón, la historia de sus desencantos en los dos últimos partos, por ese un varón que nunca tuvo. Después de que su primera beba falleciera por muerte súbita a los pocos meses de nacida, empezó un desfile de hembras. Luego de una pausa de 8 años esperando a un Rodolfito en honor a mi romántico padre Rodolfo Amaya Arias, vine al mundo. Imagino esa torcida de jeta al verme, per ajá, la cigüeña me arboleó en una tarde de lluvia. Nací enojada, gritando con fuerza, pidiendo vía… Fui toda una Rodolfita, su gran decepción, un sueño frustrado, un paquete sin carácter devolutivo. Entonces mamá decidió no continuar con la línea familiar de tener de tener 6 a 20 hijos buscando un hombrecito y conmigo se fueron esos sueños de tener un par de huevitos en casa.
Fui creciendo escuchando esta historia más veces de lo que hubiese querido, era un recordatorio constante de su frustración. Todo lo que podía entender mientras crecía, era su preocupación por no tener quien heredara sus negocios, quien le hiciera el relevo como proveedora, y más importante, quien hiciera respetar la honra del trio de vaginas Amaya Salas. El día que papá se fue de casa empezamos a entender las consecuencias de no tener un hermano y el temor de nuestra madre se hizo realidad. Una mujer con 3 hijas, una casa inmensa, un negocio prospero, 8 empleados, un abuelo y un entorno hostil: Recuerdo una noche la lluvia de piedras sobre nuestra casa, acoso, hostigamiento, señalamientos, robos, burlas… éramos como carne fresca para la jauría. Poco después de apagar las luces, hombre borrachos patearon la puerta y gritaron, “nos vamos a meter y nos las vamos a “comer” a todas”. Risas… yo temblaba de terror, imaginaba en mi inocencia, a caníbales forzando la puerta para comernos. Mamá impasible, estuvo despierta frente a la puerta con un enorme cuchillo, dispuesta a hacerse matar. Mis hermanas siguieron roncando, pero yo no dejé de mirarla hasta que una hora después volvió a su habitación y yo a mi insomnio hasta el amanecer. Desde esa noche ella hizo la diferencia en mí, su coraje para defender su territorio y a su manada se convirtió más que un modelo a seguir, en un propósito contante hasta hoy y siempre. Qué zapatos difíciles de llenar, porque fue hasta su muerte una matrona sin miedo a nada, un roble o un muro de hormigón, una voluntad inquebrantable. Aunque en el fondo era una niña huérfana de padre, con falta de atención y cariño o simplemente una madre con miedo al mañana incierto.
Pocas veces volvió a hablar sobre sus deseos de un hijo, pero su mirada de resignación hacia mi tuvo su efecto. Durante mi niñez y adolescencia me vi forzada a ser y hacer lo que fuera necesario para hacerla sentir satisfecha con mi existencia, y aunque nada parecía ser suficiente, al final de la vida fuimos todo lo que siempre soñó, la viva imagen de ella misma, de su valor, coraje y determinación. Mamá siempre estuvo orgullosa de la belleza de mis hermanas mayores, pero de mí no decía tanto, me miraba una y otra vez tratando de descifrar a qué me parecía con esos cachetes, rasgos indígenas y un pedacito de nariz. En consecuencia, me tocó ganármela a punta de buenas notas y mantener la casa ordenada. Por un golpe del destino mi femineidad sobrevivió a las encaramadas en la paredilla y a los palos de mango, a jugar a ser Superman y lanzarme de los árboles con una capa de toalla y una pistola de juguete. Luego a los martillos, brochas y destornilladores para que me viera reparar cualquier chéchere o instalación en la casa, pintar paredes, disparar, proveer, proteger, acompañar, defender, afrontar la adversidad con valor, superar los miedos a ella.
Años después nació mi primer sobrino y todas enfermamos de amor, un bebe color chocolate devolviéndonos la risa y la ternura. Entonces pasó lo impensable, un desfile de sobrinos y ya en el ultimo intento de mis hermanas… una beba para cada una fue el cierre de la fabrica de bebes.
Al crecer e iniciar mi vida adulta, descubrí que no deseaba tener hijas y un gran temor a que se repitiera mi historia, entonces pospuse la posibilidad de ser madre hasta que fue demasiado tarde. Hoy bajo la mirada del empoderamiento femenino comprendí que la feminidad no pelea con ninguna de estas capacidades y habilidades que en primera instancia hemos desarrollado por simple supervivencia. La idea del hijo en la familia como factor de seguridad, supervivencia y relevo generacional se ha ido desconfigurando, así como la idea de que competir con los hombres, ser iguales o mejores, buscar modelos que superen las expectativas de los demás, “al carajo”. Alguna vez una mujer campesina que admiro, se describió a si misma como una MUJOMBRE, al referirse a lo que significa ser mujer rural y sobrevivir sola a las circunstancias, la simbra y la cosecha, la venta de productos, enfrentar la sequía, la delincuencia, la soledad... La entendí desde su historia de vida, pero hace mucho deconstruí a la mujombre para ser simplemente Bani.

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