Las muñecas de mamá en su niñez eran de mazorcas seca, oscuro choclo, olote rancio... “ve tu pelá, ahí tenei tu niño dios”, así imagino a la abuela, sin la ternura ni emoción del regalo que amanece al costado del cuerpo dormido, sin la sorpresa de la llegada del niño Dios y sin una caricia. Creo que mamá vivió hasta su adolescencia con la certeza de que Dios quiso a unas mas que a otras, que odiaba a los pobres o que de equidad nada sabia. Porque las muñecas de otras niña eran hermosas, porque la cena de la navidad de otros olía a una ricura y a un sabor que no conoció en esos años, pero que igual dolía a los sentidos, porque como dice la canción, Diosito santo tu la platica la repartiste muy mal repartida.
Fiel a la infame tradición, las otras muñecas de mamá fueron 5 hermanas y 3 hermanos que nacieron unos seguidos de otros desafiando la pobreza. No era un asunto de estado cortarle el chorro a la fábrica de bebes de los pobres ni era un asunto de estado que a la niña mayor se les vulneraran sus derechos para convertirla en niñera, cocinera, aseadora y cuidadora de la familia. Duermete niña duermete ya o viene el coco y te comerá y te golpeará, y te cobrará cada misero plato de comida y te explotará... De esas generaciones aun hay mucho que contar, pero duele recordar y abrir heridas.
Afortunadamente mucho antes que la vejez fuera un asunto de estado, mi madre se hizo niña y yo me hice tata de mi niña anciana, alimentando sus ganas ternura, de jugar a los pellizcos, de golosinear, de reir hasta llorar viendo por enésima vez el chavo del 8, de burlarme de sus lagrimas en cada capitulo de las telenovelas o de gritarle sinverguenza a cada presidente de turno viendo las noticias. Juntas eramos chismozas de barrio, atracadoras de nevera, chicas con estilo uñas coloridas, canas caoba, perfumadas hasta en el ultimo recoveco del cuerpo... al fina eramos 3 hijas tratando de devolver en amor su enorme lucha por hacernos fuertes, rebeldes y autónomas a pesar de una epoca en que nuestros derechos y bienestar estaban sujetos a un hombre.
Cuanto duele en la conciencia cada gesto, cada NO, cada ausencia, cada decisión de compartir con otros y no con ella estas fechas en las que debemos volver a casa y dar la espalda a la estupidez de unos años en que nos vendian una fiesta, un vestido, un trago y la falsa unión que nunca fue. Al final los roles se revierten, aunque para muchos tristemente lo viejo estorba, lo viejo hiede, pesa y cansa porque es carga muerta, mano de obra en decadencia, obsoleto y mustio. Pero en este carrusel de la vida y las generaciones de la estupidemia, a muchos se les olvida que viejos serán y que cada nueva generación aprende de la otra.
Te busco en un cielo mutilado de luces... viejita gordita ¿y a donde carajo se fueron las estrellas que alguna vez contamos sentada sobre tus piernas a las afuera de tu Foster?

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