viernes, 9 de agosto de 2024

Caballito de palo

De esas historias silenciadas: Un caballito de palo fue el primer y ultimo regalo que me puso el niño Dios. Nunca entendí por qué, al tiempo que estrenaba uno nuevo, desaparecía el caballito viejo al que le había dado toda mi atención. Se fue al ancianato de los caballos viejos, decía mi padre, allá es feliz, tiene novia y no hace más que dormir bajo un palo de mango después de comer y hartar agua en la acequia hasta quedar pipon. Me hacia imaginarlo rodeado de otros caballitos de palo, viejos y rayados como el mío, mirando el atardecer al lado de una caballa mona o yegua como solía corregirme mi abuela. 
Mientras iba creciendo aprendí a odiar los caballitos que aparecían aparcados al lado de mi cama cada navidad. Me había dado cuenta que mis padres en su miseria lijaban y pintaban de nuevos colores el mismo caballito viejo. Me sentía engañado, así que un día lo puse entre la leña del fogón con la que preparaban esa agua salobre que descaradamente llamaban caldo. 
Esperé la siguiente navidad con ansias imaginando que el niño dios vendría con un carro o un balón, pero pasaron los años y el niño dios nunca volvió. Fue mi castigo por despreciar al Dios del pobre que no pudo perdonar mi rebeldía. 
Entre tanta miseria crecí envidiando los juguetes, los tenis, los cuadernos de otros niños, la merienda de otros niños, sus casas, sus amiguitas, los padres de otros niños y hasta el olor y el color de piel de otros niños, porque nuestra pobreza era hedionda, no solo nos curtía la ropa, también el cuero y el alma. 
Nuestra casa igualmente era de palo, cada nueve meses se hacia mas recargada y sofocante, cada nueve meses nuestras camas y los espacios dentro de la casa parecían reducirse, los platos contenían menos caldo, menos arroz, menos bastimentos. El día que supe cómo se hacían los bebes empecé a soñar con cortarle el rabo a mi padre para que dejara a mi madre tranquila. Odiaba a cada nuevo bebe, odiaba a mi madre, su olor, su aspecto descuidado, su docilidad, su silencio, su aliento acido que no era diferente al mío porque así huele el hambre crónica y la miseria. Crecí convencido que algún día seria libre, tendría motos, dinero, mujeres y poder. La violencia llegó y contrario a los miedos del pueblo, con ella también llegó la oportunidad de ser lo que todo pelao sueña cuando se crece en el infierno. Un caballito de hierro, de billetes de papel a plata contante y sonante, de zapato remendao a tenis de marca, de la noviecita sana y corronchona a la hijita alborotada de papi y mami.  
Mi primera moto o caballito de hierro como solían llamarle, mandó mi alma directo como una bala hacia el infierno. Me tembló la mano, la canilla y hasta el cul... Pero dar marcha atrás era volver al camastro viejo y rancio del rancho familiar o envejecer aferrado al recuerdo de un caballito de palo de escoba, volando sobre los platanales con mi capa de fique y un fierro de tuza. 
Con mi primer hijo llegó tambien la mariconada que nos da a los padres primerizos, dar todo lo que no tuvimos al crecer. Así que cada navidad, ademas de ropita y juguetes, hago un lindo caballito con mis propias manos, para que mi niño los coleccione como yo no pude. Devuelvo el tiempo, me duermo alucinando mis sueños de esos años de la mano de mi hijo, volando juntos sobre los platanales en un caballito de palo, con capas de fique y fierros de tuza. (Bani Amaya Salas)

No hay comentarios:

Publicar un comentario