sábado, 10 de agosto de 2024

UN CUENTO DE LAS PRIMERAS VECES


 De pequeña todos decían que no llegaría virgen ni a la primera menstruación, se me veía la cara de alborotada cada vez que a nuestra terraza se acercaba un niño. El chisme llegó a oídos de mi madre, por lo que una madrugada fui asaltada por ella y mi abuela. Cuan violadoras en las sombras, me despaturraron foco en mano y gafas de aumento para revisar mi honra. Todo bien ma, le dije, usted se pone a creer todo lo que dicen. Lo que no sabían es que una noche me despertaron unos ruidos raros, supuse que nuestro perro cholo tenía un ataque de asma. Ignoré mis miedos a la oscuridad y me fui gateando hasta donde solía dormirse. Envuelta en la sombra vi las siluetas de mis padres haciendo groserías.  Un calorón me recorrió cuerpo pierna arriba. Volví a mi cama en silencio, toqué la humedad en mi entrepierna y no pude volver a soltarla hasta que un chorro de sensaciones me electrizó de una manera extraña. Se volvió una adicción, mi forma de relacionarme con los niños cambió, quería rosarlos, sentirlos, propiciar juegos que me permitieran acercarme. Los comentarios no se hicieron esperar y se creó una especie de red de guardianes de mi virginidad en la familia y las vecinas, que me hicieron la vida cuadritos. La adolescencia llegó con mi virginidad intacta, pero con los primeros bailes se fue reafirmando mi fama de alborotada. Da hasta pena decirlo, pero me moría por apretujarme con cada chico que caía rendido a mis golpes de pestaña. Una noche me pasé de tragos con apenas 13 años, no recuerdo como volví a casa, pero amanecí adolorida, sin calzones y ningún recuerdo. Lloré de la rabia, de la tristeza, de la vergüenza, del miedo. Las palabras de mi madre retumbaban en mi conciencia, esa es la virtud de una mujer, si pierdes la virginidad pierdes tu valor y ningún hombre va a desposarte. 

En adelante me sentí menos que cualquiera, creía que si caminaba despacio y no hacía nada brusco eso allá abajo se cicatrizaría y todo volvería a ser normal. Cada tanto revisaba y mi dedo se iba sin dificultad hacia mis entrañas. Era una realidad, no valía un peso. Unos años después me salí a vivir con un muchacho que había llegado a mi barrio, fue amor a primera vista, antes de 6 meses ya habíamos empacado 3 trapos e iniciamos la aventura de conformar un hogar. Nunca habíamos conversado sobre sexo, nunca dije que estaba dañada y creo que él de alguna manera había supuesto que yo era decente. Esa noche sentí dolor porque había pasado el tiempo, pero no hubo sangre. A la mañana siguiente me di cuenta que algo se había quebrado entre los dos, volvimos a hacerlo pero esta vez no hubo besos, llegó en mí y me dio la espalda. Por muchos días poco me habló hasta que al fin la pregunta… ¿De quién fuiste primero? No lo sé respondí, tu veraz si me dejas o te aguantas porque ya no lo puedo remediar. Esa noche no vino a dormir, ni la siguiente, ni la otra. Por fin volvió a casa, sin decir nada me dio la primera paliza y me violó. Me tocará quitarte la virginidad por otro lado me dijo, y eso hizo con tanta fuerza que dolía incluso al sentarme. Un año después nació mi primera hija, otro año después lo mataron en una riña.

Al tiempo iniciaron las masacres en la zona, al pueblo comenzaron a llegar hombres extraños, vigilantes, silenciosos. Cambiaron el orden de las cosas, todos éramos sospechosos, amanecía, pero no sabíamos si veríamos el atardecer. Mi niña enfermó y me fui con ella hacia la ciudad, estuvo un mes en el hospital luchando con una obstrucción intestinal. Cuando por fin le dieron el alta, algún presentimiento me hizo decidir por quedarme en la ciudad y eso nos salvó la vida. 

No había a que volver, pero el hambre y las necesidades me hicieron pensarlo, el trabajo doméstico fue la única opción de trabajo. Encontré una casa de familia donde me permitieron quedarme en una habitación con mi niña. Todo fue tranquilo, hasta que, en un viaje de mi jefa el señor de la casa empezó a acosarme. Al principio todo fue muy sutil y luego de manera descarada me asediaba en cualquier lugar de la casa. Te doy lo que necesites me dijo y acepté, era un trato, sexo por dinero, me pareció fácil porque me gustaba, me sentía importante, un hombre como el enamorado de mi pensaba, hasta podría sacarme a vivir. Un día sin ninguna explicación la señora me dijo toma lo de este mes y te vas ahora mismo. Eso fue todo, terminó mi fantasía de ser la otra del doctor.

Conocí la calle con mi hija al hombro, deambulábamos todo el día pidiéndole a la gente, soportando miradas de desconfianza e indiferencia. Una noche de lluvia descampando en la terraza de una casa conocí a Graciela, como ella misma decía “una dama de la noche”, puta diría mi madre, pero en ella encontré la compasión y la solidaridad que nadie nos había dado, terminamos en su casita a las afueras de la ciudad, limpia, humilde y acogedora. Tenía una parejita de 6 y 10 años, al igual que yo era viuda. A su marido lo habían matado haciendo un atraco y ella no tuvo más que agarrar calle para solventar sus necesidades y las de sus críos. Un par de días después tuve mi primer cliente, tomate dos tragos de aguardiente, respira profundo y muévete duro para que el man se venga rápido y ya, corres a lavarte y esperas el próximo. La primera noche solo pude con uno, vomité y lloré en silencio, corrí a lavarme hasta que ardió, pero tenía mi primer billete de diez mil en mano y eso sirvió para consolarme y sentirme que en adelante todo iba a estar bien… en este recorrido de las primeras veces tuve mi primera gonorrea, estuve presa en una estación por no pagar vacuna a un policía, robé a un cliente borracho y con eso compré el primer árbol de navidad con todas sus luces y juguetes, ropa nueva por primera vez para mi niña. También me enamoré y fui despreciada, me gradué de bachiller y tuve mi primera atención en psicología para entender que nunca fueron mis elecciones, porque ahora sé que no se elige cuando no se tienen oportunidades y opciones… solo es sobrevivir. 

De Bani Amaya Salas para Chary y sus primeras veces. Gracias por tu historia y permitirme el honor de escribirla.


viernes, 9 de agosto de 2024

Caballito de palo

De esas historias silenciadas: Un caballito de palo fue el primer y ultimo regalo que me puso el niño Dios. Nunca entendí por qué, al tiempo que estrenaba uno nuevo, desaparecía el caballito viejo al que le había dado toda mi atención. Se fue al ancianato de los caballos viejos, decía mi padre, allá es feliz, tiene novia y no hace más que dormir bajo un palo de mango después de comer y hartar agua en la acequia hasta quedar pipon. Me hacia imaginarlo rodeado de otros caballitos de palo, viejos y rayados como el mío, mirando el atardecer al lado de una caballa mona o yegua como solía corregirme mi abuela. 
Mientras iba creciendo aprendí a odiar los caballitos que aparecían aparcados al lado de mi cama cada navidad. Me había dado cuenta que mis padres en su miseria lijaban y pintaban de nuevos colores el mismo caballito viejo. Me sentía engañado, así que un día lo puse entre la leña del fogón con la que preparaban esa agua salobre que descaradamente llamaban caldo. 
Esperé la siguiente navidad con ansias imaginando que el niño dios vendría con un carro o un balón, pero pasaron los años y el niño dios nunca volvió. Fue mi castigo por despreciar al Dios del pobre que no pudo perdonar mi rebeldía. 
Entre tanta miseria crecí envidiando los juguetes, los tenis, los cuadernos de otros niños, la merienda de otros niños, sus casas, sus amiguitas, los padres de otros niños y hasta el olor y el color de piel de otros niños, porque nuestra pobreza era hedionda, no solo nos curtía la ropa, también el cuero y el alma. 
Nuestra casa igualmente era de palo, cada nueve meses se hacia mas recargada y sofocante, cada nueve meses nuestras camas y los espacios dentro de la casa parecían reducirse, los platos contenían menos caldo, menos arroz, menos bastimentos. El día que supe cómo se hacían los bebes empecé a soñar con cortarle el rabo a mi padre para que dejara a mi madre tranquila. Odiaba a cada nuevo bebe, odiaba a mi madre, su olor, su aspecto descuidado, su docilidad, su silencio, su aliento acido que no era diferente al mío porque así huele el hambre crónica y la miseria. Crecí convencido que algún día seria libre, tendría motos, dinero, mujeres y poder. La violencia llegó y contrario a los miedos del pueblo, con ella también llegó la oportunidad de ser lo que todo pelao sueña cuando se crece en el infierno. Un caballito de hierro, de billetes de papel a plata contante y sonante, de zapato remendao a tenis de marca, de la noviecita sana y corronchona a la hijita alborotada de papi y mami.  
Mi primera moto o caballito de hierro como solían llamarle, mandó mi alma directo como una bala hacia el infierno. Me tembló la mano, la canilla y hasta el cul... Pero dar marcha atrás era volver al camastro viejo y rancio del rancho familiar o envejecer aferrado al recuerdo de un caballito de palo de escoba, volando sobre los platanales con mi capa de fique y un fierro de tuza. 
Con mi primer hijo llegó tambien la mariconada que nos da a los padres primerizos, dar todo lo que no tuvimos al crecer. Así que cada navidad, ademas de ropita y juguetes, hago un lindo caballito con mis propias manos, para que mi niño los coleccione como yo no pude. Devuelvo el tiempo, me duermo alucinando mis sueños de esos años de la mano de mi hijo, volando juntos sobre los platanales en un caballito de palo, con capas de fique y fierros de tuza. (Bani Amaya Salas)