Mamá es como un arcoíris de muchos colores que se matizan y diluyen en el sofoco de los días. Como unir palitos de plastilinas y descubrir tonos vibrantes que se entremezclan hasta ser solo uno.
Ella nació con ojos grandes del color del tinto que sorbetea en las mañanas, pero a veces se tornan pequeños y aguaditos, enrojecidos como cuando se llora a un muerto, como cuando le ayudo a pelar cebollas o cuando despierto en la oscuridad de un sueño en el que un monstruo furioso salta de mis pesadillas a mi cama para destruir mi mundo.
La piel de mamá es canelita como la de la abuela, pero más lisita y sin arrugas, tibia como la leche recién ordeñada y suave como el satín. Me ha contado que es alérgica a los gritos, por eso a veces su piel cambia de tonos, se tiñe de formas verdecitas que poco a poco van tomando un color tornasoles hasta desaparecer.
Los dientes de mamá eran blancos y perfectos antes de ir desapareciendo uno a uno, sin previo aviso y sin aflojarse como los míos. Han dado paso a una sonrisa de colmillos amarillos, oscura y mueca, con una forma extraña que le resta alegría y juventud.
El cabello de mamá se ha ido encaneciendo, pelo a pelo a perdido el brillo de otros años. Tres mechas es lo que le queda dicen. Se quedan en la escoba, en la almohada, en la rejilla de la ducha, en las fotos de otros años, en los recuerdos… como si nada sobre ella pudiera volver a crecer con el brillo de vida.
La sombra de mamá es cada vez mas pequeña, se ha ido encorvando sobre la tierra árida, como si le pesara la vida, como si una carga invisible la empujara al abismo de su silencio mientras su paso se vuelve más lento presintiendo el fin de un camino indeseado.
Mamá me ha contado despacito y en secreto que una bruja le ha lanzado un hechizo destrozando todo a su paso. Entonces cuando aparece, papá y mamá se encierran a luchar contra ella hasta vencerla. Cierran la puerta y me dejan fuera porque le gusta comer niñas y robarse su alma. Solo escucho los gritos de papá, el estropicio del combate, los sollozos y suplicas de mamá. Entonces grito fuerte, llamo a los vecinos que nunca responden, lloro con todas mis fuerzas hasta que todo vuelve a ser silencio. Papá se queda dormido y mamá sale triste con nuevos colores en su piel.
Cuando papá se queda dormido y sus ronquidos salen por debajo de la puerta, se que todo ha terminado. Oigo un sollozo bajitico y no escucho respirar a mamá. Me quedo dormida tirada en el piso tratando de mirar por debajo la puerta, hasta que las manos frías de mamá me llevan de vuelta a mi cama. Siento su beso húmedo en mi mejilla, sus manos heladas, su abrazo sudoroso y la lluvia que cae de sus ojos sobre mí.
Bajo mi almohada guardo mis secretos, pesan, son más grandes que yo. Mamá tiene una maleta secreta en casa de la vecina, cada día va poniendo cosas nuestras para irnos un día a conocer el mar me ha dicho, pero nadie lo tiene que saber, ni siquiera papá porque es una sorpresa. El otro secreto es que papá lo sabe… Solo quise verlo feliz y soñar con el subido en las olas.
