jueves, 13 de enero de 2022

A mi madre

En un día como hoy celebrariamos el cumpleaños de mi madre, pero murió durante su segunda infancia con apenas 83 añitos. En sus últimos años vivió con el amor, la ternura, la atención y los cuidados que debió vivir durante su niñez. Pero mi madre nació en una época en que las hijas mayores debían crecer prematuramente para asumir muchas veces el rol de madres y/o proveedoras de sus hermanos menores. Su juventud y adultez no fueron diferentes, mientras creciamos no podíamos comprender por qué nunca se podía permitir un domingo, unas vacasiones, unas navidades, o un cumpleaños en familia; puedo decir que no la recuerdo feliz durante más de la mitad de mi vida, sólo cansada y ausente, pero satisfecha de brindarnos lo que para ella era lo mejor. Desafortunadamente, cuando las hijas podemos asumir el rol de madres de nuestras madres parece que es demasiado tarde, porque nos gastamos gran parte del tiempo pensando que se trata de devolver las cosas materiales. Y casi siempre lo único que logra detener nuestros afanes de la vida diaria son las desgracias, tarde nos damos cuenta de todo lo que hemos perdido. Quisiera haberme detenido a tiempo para haberla disfrutado más, haberla obligado a viajar conmigo, a ver juntas los amaneceres, haber tenido más tiempo para escribir con ella el mas importante capitulo de nuestras vidas. Pero esta historia fue así, y para cuando tuvimos la fortuna de volver juntas a nuestra segunda infancia, se apagó su vida en Navidad, esperando mi regreso como siempre. Mis hermanas, mi madre y yo vivimos en pocos años todas las travesuras y la locura que no pudimos vivir durante nuestra infancia, talvez tarde aprendimos a expresarnos el amor, a abrazarnos, a mirarnos con ternura, a esperarnos con emoción, a reírnos hasta las lagrimas de nosotras mismas, a soñar juntas un tiempo que nunca llegó. Fuimos cómplices de travesuras, chismosas confidentes, cantantes de opera desafinadas, asaltantes de neveras a media noche, devoradoras de dulces y helados, feroces guerreras armadas con almohadas o pellizcos en tardes de locuras... eso es más de lo que mucha gente puede contar... pero no consuela, con el pasar de los meses, su ausencia va dejándonos sumidas cada vez más en un enorme vacío. Hoy mirando un poco hacia atrás me pregunto ¿cuantas veces tiene uno que morirse para llegar a sentirse vivo?